lunes, 19 de marzo de 2012

Club de lectura librería Caballero (Crónica)


Aquí dejo una crónica que ha escrito mi gran amigo y futuro periodista Antonio Fernandez Jimenez, con motivo de mi participación en el club de lectura de la Librería Caballero (Mula) el pasado viernes 16 de Marzo.

Sencillez y cercanía en la Librería Caballero
Cuando entras en la Librería Caballero de Mula la vista se te va al fondo, a ese rincón donde hay sillas dispuestas en forma de corro sin cerrar y en las que, por el momento, no hay nadie sentado. Es un rincón inundado por el silencio y la oscuridad de la espera. Entonces, es cuando piensas que la Librería Caballero es algo más que una simple tienda de libros.
Igual que el sol se va apagando en el atardecer y comienza a encenderse la luz mortecina de las farolas, a la librería Caballero se le apagan las luces y, débilmente, se van encendiendo las del rincón misterioso, ese rincón del fondo que es el revés de la librería, un revés de club literario que se le va lo de librería para dar paso al Espacio Cultural Caballero.
Todavía las sillas siguen vacías y el joven escritor Antonio Pérez, que se ha sacado su tercer pitillo, espera en la puerta de la librería con unos amigos. Antonio Pérez viste de negro con camisa remangada y pantalón vaquero. Escucho a una amiga que le dice: “Qué elegante vas”, y él sonríe y le dice que no, que es que estaba recién salido de La Puerta Falsa, un pub de Murcia donde trabaja de camarero, y había cogido el coche lo más rápido posible para llegar con tiempo a Mula. El camarero, escritor y estudiante de filología hispánica ha tirado el cigarro apresurado y se adentra a ese rincón del fondo de la librería, un poco más iluminado ahora y al que de algún lado le sigue saliendo la penumbra que recuerda a las clandestinas quedadas literarias de la posguerra.
La puerta de la librería se abre varias veces. Algunos de los que entran portan un libro de color rojo con rayas negras titulado 200 gramos de literatura. Antonio Pérez, que espera sonriente en una cómoda silla de ordenador, y Pedro García Martínez son los autores del libro. Esta noche Pedro no ha podido venir de Valencia por determinadas circunstancias, pero a Antonio Pérez no se le escapa este detalle y tiene presente a su amigo. Poco a poco las sillas van siendo ocupadas y la luz llega a ser tan fuerte que parece que no hay más librería que este espacio cultural, este rincón bohemio donde Antonio ha dejado la comodidad de la silla y se ha puesto en pie para comenzar la presentación del libro. Lo primero que dice es  que lo que vincula a los quince relatos de la obra 200 gramos de literatura es la sensación de pérdida, una pérdida que se traduce en el conflicto interior de los personajes.
Pero cuando coges este libro de relatos te sorprende que lo que se pierde es la autoría. Antonio y Pedro lo hicieron así para que el lector, además del disfrute de leerlo, hiciese un esfuerzo para identificar quién escribe cada relato. Sus estilos son muy parecidos y, en palabras de Antonio, se unen en la idea de una escritura que se caracteriza por la sencillez, la cercanía y, por supuesto, el humor. Pero explica Antonio que lo cómico nunca se ha entendidobien, que el problema está en las aulas donde no enseñan a leer, y por tanto, no enseñan a mirar más allá. Él pone el ejemplo de Larra. Dice que la gente de la época de Larra pasó por alto que “el humor siempre esconde un grito”, y prueba de ello es el suicidio del periodista y escritor romántico. Algunos asienten y hay un silencio expectante en torno a la figura del joven escritor.
Antonio sigue de pie y va pasando la mirada  por cada uno de los asistentes, que son pocos, unos veinte, al menos los que seguro van a apreciar sus palabras. Quizá, esta forma con la que Antonio va fijándose en los detalles le lleva a decir que un escritor es un observador, “una persona contemplativa” atenta a todo lo que sucede, y se sonríe de nuevo cuando recuerda esas mañanas en la ciudad en las que se sienta en la terraza de un café y lee y escribe y se abstrae, mientras ve pasar a la gente en esa monotonía del paseo que convierte a los transeúntes en una sola persona que parece ser la misma todo el tiempo y que da vueltas constantes alrededor del café.
Cuando Antonio presenta un relato suyo, que pertenece al libro 200 gramos de literatura, el público interacciona con él porque la mayoría ya lo ha leído. Enseguida suena la banda sonora de El Padrino y Antonio, con una entrañable voz de cuento, lee su relato,  que es un monólogo que te atrapa desde el principio por el estilo fresco y delicioso de su escritor. Se percibe la pérdida en la desesperación, en la identidad o en la muerte. Los resoplidos de algún asistente no son precisamente de aburrimiento, sino de dureza en las palabras que Antonio lee cuando va terminando la lectura de su relato y comienzan las preguntas. Alguien pregunta el por qué de un libro de relatos compartido y Antonio, que ya se había sentado para leer el relato en el cómodo sillón de ordenador, responde que “cuando te gusta escribir puede ser difícil porque estás como perdido”, y destaca la necesidad de compartir la experiencia de la escritura. Él se intereso por Pedro, que es de su mismo pueblo, Bullas,  cuando se enteró de que también escribía y de que, además, presentaba un libro; Antonio y Pedro comenzaron a leerse y se gustaron y así fue creciendo una amistad que tiene su origen en la pasión de ambos: la literatura.
La idea de publicar  200 gramos de literatura les vino una noche vieja, apoyados sobre la barra de un pub de Bullas que frecuentan ambos escritores. Es ahora una barra simbólica que guarda el recuerdo donde se forjó en sus mentes la idea de este libro que algunos asistentes sostienen en sus manos. Este rincón  literario va adquiriendo un carácter más de tertulia y Antonio escucha atento a las preguntas y a las ideas que algunos sacan de su relato. Antonio sonríe a menudo y está a gusto en este rincón literario, ya no inundado por el silencio y la expectación, sino por la sencillez y cercanía que tanto persigue a este escritor en su prosa. Yo sigo pensando que su estilo le viene de su personalidad. Él es sencillo y cercano con la gente y le encanta compartir literatura. Antonio hace algún comentario humorístico y me doy cuenta de que quizá le pasa como a Larra y sienta ese deseo tremendo de gritar una pérdida, una carencia o algo. “Todos tenemos un lado oscuro”, dice, y nos reímos todos.
Como el joven escritor se tiene que enganchar al trabajo, se despide y la gente aplaude. Entonces va poco a poco abandonando este rincón de lectura, este revés literario de la Librería Caballero que se activa con personas como Antonio, que quizá ya va de camino a Murcia pensando en la sencillez y cercanía de esta presentación de 200 gramos de literatura, o quizá, la sencillez la ve en el camarero que le ha hecho rápidamente un bocata de jamón y le dice que se lo ha preparado con cariño. Sin duda, a la gente sencilla y cercana le ocurren cosas sencillas y cercanas, y a los que además son escritores, la sencillez y la cercanía les da para la buena literatura.  
Antonio Fernandez Jimenez.

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