Aquí dejo una crónica que ha escrito mi gran amigo y futuro periodista Antonio Fernandez Jimenez, con motivo de mi participación en el club de lectura de la Librería Caballero (Mula) el pasado viernes 16 de Marzo.
Sencillez
y cercanía en la Librería Caballero
Cuando
entras en la Librería Caballero de Mula la vista se te va al fondo, a ese
rincón donde hay sillas dispuestas en forma de corro sin cerrar y en las que,
por el momento, no hay nadie sentado. Es un rincón inundado por el silencio y
la oscuridad de la espera. Entonces, es cuando piensas que la Librería
Caballero es algo más que una simple tienda de libros.
Igual
que el sol se va apagando en el atardecer y comienza a encenderse la luz mortecina
de las farolas, a la librería Caballero se le apagan las luces y, débilmente,
se van encendiendo las del rincón misterioso, ese rincón del fondo que es el
revés de la librería, un revés de club literario que se le va lo de librería para
dar paso al Espacio Cultural Caballero.
Todavía
las sillas siguen vacías y el joven escritor Antonio Pérez, que se ha sacado su
tercer pitillo, espera en la puerta de la librería con unos amigos. Antonio
Pérez viste de negro con camisa remangada y pantalón vaquero. Escucho a una
amiga que le dice: “Qué elegante vas”, y él sonríe y le dice que no, que es que
estaba recién salido de La Puerta Falsa, un pub de Murcia donde trabaja de
camarero, y había cogido el coche lo más rápido posible para llegar con tiempo
a Mula. El camarero, escritor y estudiante de filología hispánica ha tirado el
cigarro apresurado y se adentra a ese rincón del fondo de la librería, un poco
más iluminado ahora y al que de algún lado le sigue saliendo la penumbra que recuerda
a las clandestinas quedadas literarias de la posguerra.
La
puerta de la librería se abre varias veces. Algunos de los que entran portan un
libro de color rojo con rayas negras titulado 200 gramos de literatura. Antonio Pérez, que espera sonriente en
una cómoda silla de ordenador, y Pedro García Martínez son los autores del
libro. Esta noche Pedro no ha podido venir de Valencia por determinadas
circunstancias, pero a Antonio Pérez no se le escapa este detalle y tiene
presente a su amigo. Poco a poco las sillas van siendo ocupadas y la luz llega
a ser tan fuerte que parece que no hay más librería que este espacio cultural,
este rincón bohemio donde Antonio ha dejado la comodidad de la silla y se ha
puesto en pie para comenzar la presentación del libro. Lo primero que dice es que lo que vincula a los quince relatos de la
obra 200 gramos de literatura es la
sensación de pérdida, una pérdida que se traduce en el conflicto interior de
los personajes.
Pero
cuando coges este libro de relatos te sorprende que lo que se pierde es la
autoría. Antonio y Pedro lo hicieron así para que el lector, además del
disfrute de leerlo, hiciese un esfuerzo para identificar quién escribe cada
relato. Sus estilos son muy parecidos y, en palabras de Antonio, se unen en la idea
de una escritura que se caracteriza por la sencillez, la cercanía y, por
supuesto, el humor. Pero explica Antonio que lo cómico nunca se ha entendidobien,
que el problema está en las aulas donde no enseñan a leer, y por tanto, no
enseñan a mirar más allá. Él pone el ejemplo de Larra. Dice que la gente de la
época de Larra pasó por alto que “el humor siempre esconde un grito”, y prueba
de ello es el suicidio del periodista y escritor romántico. Algunos asienten y
hay un silencio expectante en torno a la figura del joven escritor.
Antonio
sigue de pie y va pasando la mirada por
cada uno de los asistentes, que son pocos, unos veinte, al menos los que seguro
van a apreciar sus palabras. Quizá, esta forma con la que Antonio va fijándose
en los detalles le lleva a decir que un escritor es un observador, “una persona
contemplativa” atenta a todo lo que sucede, y se sonríe de nuevo cuando
recuerda esas mañanas en la ciudad en las que se sienta en la terraza de un
café y lee y escribe y se abstrae, mientras ve pasar a la gente en esa
monotonía del paseo que convierte a los transeúntes en una sola persona que
parece ser la misma todo el tiempo y que da vueltas constantes alrededor del
café.
La
idea de publicar 200 gramos de literatura les vino una noche vieja, apoyados sobre
la barra de un pub de Bullas que frecuentan ambos escritores. Es ahora una
barra simbólica que guarda el recuerdo donde se forjó en sus mentes la idea de
este libro que algunos asistentes sostienen en sus manos. Este rincón literario va adquiriendo un carácter más de
tertulia y Antonio escucha atento a las preguntas y a las ideas que algunos
sacan de su relato. Antonio sonríe a menudo y está a gusto en este rincón
literario, ya no inundado por el silencio y la expectación, sino por la
sencillez y cercanía que tanto persigue a este escritor en su prosa. Yo sigo
pensando que su estilo le viene de su personalidad. Él es sencillo y cercano
con la gente y le encanta compartir literatura. Antonio hace algún comentario
humorístico y me doy cuenta de que quizá le pasa como a Larra y sienta ese
deseo tremendo de gritar una pérdida, una carencia o algo. “Todos tenemos un
lado oscuro”, dice, y nos reímos todos.
Como
el joven escritor se tiene que enganchar al trabajo, se despide y la gente
aplaude. Entonces va poco a poco abandonando este rincón de lectura, este revés
literario de la Librería Caballero que se activa con personas como Antonio, que
quizá ya va de camino a Murcia pensando en la sencillez y cercanía de esta
presentación de 200 gramos de literatura,
o quizá, la sencillez la ve en el camarero que le ha hecho rápidamente un
bocata de jamón y le dice que se lo ha preparado con cariño. Sin duda, a la
gente sencilla y cercana le ocurren cosas sencillas y cercanas, y a los que
además son escritores, la sencillez y la cercanía les da para la buena
literatura.
Antonio Fernandez Jimenez.
¡Qué grandes sois los dos!
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